Las leyes del tiempo para mejorar la productividad

Planificar es clave en el desarrollo de cualquier actividad ya que nos ayuda a alcanzar los objetivos que nos hemos marcado, y nos ayuda a hacerlo de la forma más eficaz, utilizando solo los recursos necesarios, en el menor plazo posible. Es decir, nos hace ser más eficientes.

martes, 04 de octubre de 2022
 
Igualitario, lineal, indispensable, insuficiente, rígido e irremplazable son algunas de las características que se atribuyen al tiempo: es igual para todos, fluye en una sola dirección, es necesario para llevar a cabo cualquier actividad, su curso no puede malearse ni modificarse y, por supuesto, no puede recuperarse ni reemplazarse.
 
Las leyes del tiempo más conocidas son las de Pareto, Parkinson, Criterio ABC, Leyes de Acosta y Ley de Ockham:
 
La ley de Pareto
 
La ley de Pareto reflexiona que el 20 por ciento del tiempo de trabajo de una persona contribuye al 80 por ciento de los resultados.
Y ¿cómo es posible esto? Pues Pareto se basó en observaciones empíricas de la sociedad italiana de la época y se refiero a ello como la regla del 80/20.
Su estudio es basó en apreciar que el 20% de la población poseía el 80% de las riquezas, y comenzó a extrapolar esta relación a otros ámbitos: el 20% de las empresas generan el 80% de los beneficios, el 20% de los trabajadores generan el 80% del trabajo...
En la actualidad la ley de Pareto cuenta multitud de aplicaciones en entornos tan dispares como pueden ser marketing, investigación, recursos humanos y muchos otros campos, con la finalidad de mejorar la eficiencia, basándose en el principio que el 20% de los esfuerzos generan el 80% de los resultados.
 
La Ley de Parkinson,
 
Junto con la de Pareto, es la segunda de las grandes leyes de la productividad.
La Ley de Parkinson viene a decir que el trabajo se expande hasta llenar el tiempo disponible para que se termine. Es decir, aunque podamos acabar antes una tarea, no lo hacemos si tenemos el tiempo establecido. Preferimos procrastinar, pero no acabar antes.
También puede ocurrir que, si la fecha límite es demasiado cercana y no da tiempo a hacerlo, podrías trabajar de manera ineficiente y las cosas podrían salir mal de todos modos.
Para mejorar la productividad es necesario encontrar un punto de inflexión entre el esfuerzo inicial y la bajada del rendimiento que siempre ocurre según va pasando el tiempo.
 
La ley del criterio ABC
 
Se resume en que una pequeña parte del tiempo de trabajo lo destinamos a las tareas “tipo A” que son las que proporcionan la mayor parte de los resultados y el resto a tareas que aportan menos valor y a las que llamamos tareas tipo B o C.
 
Es decir, consiste en categorizar en 3 partes y ver qué parte representa, ya sean los clientes, los productos, las familias de productos... y así darles prioridad para lograr los objetivos.
Todas las tareas que te acerquen de forma crítica a una meta serán consideradas tareas del tipo A, las tareas que te acerquen ligeramente a tu objetivo serán consideradas de tipo B y las que no te acerquen a tu objetivo de tipo C.
 
Categoría A - Aportan el 80%
Categoría B - Aportan entre un 10-20%
Categoría C - Aportan entre el 5% - 10% restante
 
Las leyes de Acosta
 
Las Leyes de Acosta son cuatro y dicen lo siguiente:
1ª - El tiempo que requiere una tarea se incrementa cuantas más veces la interrumpimos y reanudamos.
2ª - Para una tarea corta, siempre se encuentra tiempo. Para una larga, resulta más difícil encontrar el tiempo necesario.
3ª - El valor de una tarea no crece en proporción al tiempo que se le dedica. Por tanto, lo perfecto rara vez resulta rentable.
4ª - Las personas eficaces dedican cuatro veces más tiempo a los asuntos importantes que aún no son urgentes que las ineficaces. Así evitan que se conviertan en crisis.
 
La Navaja de Ockham
 
Viene a decir que la solución más simple es la correcta. Es decir, no debemos complicarnos en buscar soluciones excesivamente complejas a un problema y sí centrarnos en lo que funciona.
Si hay una forma simple y efectiva de alcanzar tu objetivo, utilízala.
 
Se trata de simplificar el proceso y usar la lógica para elegir la postura más sencilla siempre que esté en igualdad de condiciones con las demás. Eso sí, una teoría simple, pero con pocas evidencias no debería ser elegida antes que una más compleja, pero respaldada por pruebas suficientes.
 

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